Todo aprendizaje nuevo tiene su punto de partida en una pregunta suficientemente interesante como para cautivar a la persona y arrastrarla en su búsqueda. La pregunta que nos convoca es, ¿qué
relación puede haber entre la ciencia de la motricidad humana, CMH, y la espiritualidad? La pregunta tiene su fundamento en la búsqueda de caminos de comprensión sobre las relaciones múltiples que se pueden establecer desde la CMH, entendida esta como «ciencia de la comprensión y la explicación de las conductas motoras, teniendo por objetivo el estudio y las constantes tendencias de la motricidad humana, de acuerdo al desenvolvimiento global del individuo y de la sociedad y teniendo
como fundamento simultáneo lo físico, lo biológico y lo antroposociológico» (Sergio 1999).

La misma definición nos abre a la posibilidad de seguir explorando caminos, abriendo el paso en una selva de conceptos que han terminado por obstaculizar la totalidad de la visión acerca del ser humano.
Ahora bien, el desarrollo a partir de los textos de Manuel Sergio y todos los que han profundizado en la CMH, proyectan una amplia comprensión del primer concepto de la pregunta, la motricidad humana pero la claridad se nubla cuando hablamos del segundo concepto, la espiritualidad. La dificultad no es casual, sino que tiene un desarrollo no intencional, pero sí responsable, ya que el lenguaje se nos va haciendo
cada vez más insuficiente para determinar cualidades o realidades que no podemos hacer tangibles en su forma tradicional.

La consecuencia es que, incapaces de definir plenamente lo que queremos decir cuando decimos algo, terminamos simplemente definiendo lo que no es, levantando una filosofía doméstica de tipo apofática, en donde lo que no es pareciera ser suficiente para evocar lo que es. Este fenómeno se ve claramente evidenciado cuando hablamos de espiritualidad (García Cordero et al. 1969). Se tiene la percepción de que la espiritualidad pertenece a una esfera contraria a lo corporal, de modo que lo espiritual no pasaría
por el cuerpo, sino por una esfera no corpórea en donde el ser humano se comunicaría «con seres espirituales» como en un plano de excelencia cada vez mayor y ajeno a lo que el ser manifiesta. Esta visión no es reciente, ni antojadiza en su origen, pero sí tiene algo de complicidad con actitudes nuestras que hoy en día seguimos prefiriendo.

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